hormigas en el café con leche.
te lo dije. te pedí que no me miraras. te lo dije subrayado y en negrita: no me mires. pensé que con eso iba a alcanzar. durante mucho tiempo pensé que con eso era suficiente. hasta que un día te descubrí mirándome con los ojos cerrados. te habías armado de un inventario para mirarme sin que nadie -ni siquiera vos- se diera cuenta: de reojo, con la nuca, con las manos. me mirabas con la piel. yo pidiéndote que no me miraras y vos me respirabas. vos me respirabas, yo te había pedido que no me mires, y todavía había algo peor: ese mismo día te había pedido, también, que no me quieras.
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